sábado, 14 de mayo de 2011

Por: Rayen Hormazábal

La sociedad de consumo existe como un resultado del consumo masivo de bienes y servicios, el cual es posible por la masificación de la producción. La producción masiva se agudizó a mediados del siglo XX llevando a la inmensa mayoría de los habitantes del planeta a vivir en una nueva etapa de la industrialización. La economía mundial actual capitalista se alimenta de este sistema de producción para subsistir. Por lo mismo podemos deducir que el papel de las masas consumidoras, es decir, nosotros los seres humanos con poder adquisitivo, es fundamental. Al consumir (masivamente) estamos avalando y reforzando este tipo de sociedad y a su vez el sistema económico en el cual estamos insertos.

Hoy en día, existen diferentes formas de consumo. La clase alta, tiene obviamente un poder adquisitivo mayor, gracias al cual tiene acceso a productos exclusivos, suntuarios, innecesarios. Por ejemplo, ¿Para qué quiere la princesa Victoria un anillo de 100.000 euros en su dedo? Pero no debemos olvidar que la clase trabajadora mundial, a pesar de no contar con el mismo poder adquisitivo que la futura reina sueca, también consume en forma masiva. Los llamados créditos de consumo ofrecidos por los bancos se vuelven cada vez más populares. No importa endeudarse para comprar un Iphone o un plasma. ¡Compre ahora y pague mañana! Parece ser la ley, que para muchos se convierte en una forma de vida, comprando con plata que no tienen, viajando con dinero que esperan recibir en el futuro y de esta forma revientan sus tarjetas de créditos e hipotecan su vida.

El consumo es una forma de mostrar que tienes, que eres. En las palabras de Eduardo Galeano Dime cuánto consumes y te diré cuanto vales. No queremos pasar desapercibidos, si no mostrarnos ante los demás como ganadores, alimentar el ego y sentir superioridad fomentando así el egoísmo. Lamentablemente la producción masiva está destruyendo el planeta y está destruyendo el medio ambiente. En este proceso también se están destruyendo las vidas de quienes están en la base de la pirámide de la economía, tan abajo que no alcanzamos a verlas. En muchos países pobres la esperanza de vida no sobrepasa los 50 años. Allí la gente entrega su existencia a cambio de casi nada. ¿Cuánto habrá recibido el minero que trabajó extrayendo los diamantes de 3 kilates que adornan el anillo de la princesa Victoria? Mientras tanto los pobres de países ricos se pasan la vida comprando y botando, despilfarrando así, como nunca en la historia de la humanidad los recursos que nos deberían pertenecer a todos.

Además de destruir el medio ambiente, destruir personas, el consumismo destruye también culturas. Y en este punto me estoy refiriendo a la identidad que pierde un grupo humano cualquiera con la entrada de esta nueva cultura desechable; música basura que suena en la radio por menos de un verano, comida de plástico que nos llena la tripa por media hora, programas de televisión a lo largo de todo el planeta que siguen una misma pauta; ¡CONSUMO!. Como si de pronto esta fuera nuestra nueva obligación. El único deber que tenemos como seres humanos. Consumir sueños, patrones de vida, formas de vestir, de hablar, de comportarse, aniquilando toda expresión que salga de esta norma.

Pero existimos algunos que queremos quedar fuera de esta avalancha y para eso no solo hace falta que seamos conscientes del mundo en que vivimos, sino también debemos evitar el consumo innecesario. Volver al trueque, comprar de segunda mano, apagar la tele, cocinar sano dejando de lado la comida basura y volver a las recetas de la abuela. En definitiva encontrarnos con la raíz humana, siendo lo que somos y no lo que tenemos, compartiendo lo que pensamos y no viviendo solo para nosotros mismos.