jueves, 30 de junio de 2011

Reflexiones aireadas de vuelos y aeropuertos


Por: Fernando Camacho

Llegan las vacaciones y como borregos nos dirigimos apresuradamente a salir de la ciudad, como las ovejas cuando finalmente las sacan del establo. La estampida es asombrosa, pues las rutas de escape se colapsan y llegan a convertirse en verdaderos infiernos (tráfico, accidentes con heridos y muertos, retrasos, humillaciones, maltrato por parte del personal de las aerolíneas -especialmente cuando se vuela con IBERIA-, entre muchas otras penalidades). Cada año lo tengo más claro, las vacaciones las paso en mi ciudad, que está tranquila y hace buena temperatura. Tengo la suerte de que mi trabajo me permite hacer largas escapadas durante el año, cuando no es periodo vacacional.

Aun así, cada vez que me toca viajar en avión se me hace más presente el absurdo del sistema, los comportamientos humanos de masa y, especialmente las desigualdades sociales del modelo en que el vivimos que se reflejan en los aeropuertos. Y lo más sorprendente es la ausencia total de denuncias o críticas. Es decir, no se produce la más mínima problematización o cuestionamiento de esa realidad con la que nos encontramos cada vez que entramos en un aeropuerto y subimos a un avión. Es más, la gente se siente feliz de hacerlo.

Ahora vamos al grano. El transporte aéreo ha sido tradicionalmente un medio utilizado por las clases superiores para viajar, y toda la oferta turística a su alrededor se destinó para ellos. Ello vino acompañado con el deseo de consumir extravagantes y vistosos productos de lujo, comportamiento propio de esta clase social. Sin embargo, durante las últimas dos o tres décadas, el transporte aéreo también ha sido aprovechado por otros sectores sociales gracias, generalmente, al abaratamiento de las tarifas y el aumento de la oferta turística. De ese modo, actualmente el grupo de los pasajeros incluye un variado espectro de clases sociales, donde la clase baja, no obstante, no suele estar presente, y menos en los vuelos intercontinentales (nunca he visto alguna persona mendigando dentro de un avión, pero sí en buses y alguna que otra vez en trenes).

Un detalle que no podemos pasar por alto es la oferta comercial de los locales de los aeropuertos y los productos de venta en los mismos aviones, los cuales son de lujo o con unos precios considerablemente mayores a los que encontramos fuera de estos lugares (no pocas personas emplean la palabra “robo” cuando ven esos precios, pero nadie lo denuncia públicamente, y menos a gritos). Los restaurantes, cafeterías, boutiques o tiendas de cualquier tipo, no están al alcance real de una gran parte de los viajeros, inclusive aunque sean de clase media. Si se deciden consumir en estos locales, por la mayoría de las mentes pasa la idea de que se trata de algo excepcional, como el resto del viaje, como subirse al avión y como casi todos los gastos o compras que se realizarán durante este periodo. Después de esas vacaciones, si los viajeros no disponían de ahorros, tardarán varios meses en recuperarse económicamente. Claro, siempre se puede pedir un nuevo crédito.

La máxima expresión capitalista que reflejan los aeropuertos son las salas vip o lounge reservadas exclusivamente para quienes tienen un capital tan alto que pueden costearlas. Esos nombres siempre los he encontrado vomitivos, pero bueno. En ellas, hay espacios tranquilos y también de entretención. Igualmente se accede a un servicio especial de bebida, comidas, uso de internet, baño e incluso masajes. Realmente te hacen sentir como un sultán, no por quien eres, sino por el capital que tienes. En otras palabras, son un premio para quienes han generado un gran capital. En realidad, esas salas que las llaman “lounge” son el premio que concede el modelo capitalista a sus líderes y emprendedores. En ocasiones, ni siquiera se tiene que desembolsar una sola moneda en ellas, es decir, se puede beneficiar de su servicio a partir de su ingenio empresarial basado en la mega producción e híper consumo, pues bancos y empresas conceden tarjetas a sus empleados o clientes para que puedan acceder gratuitamente a ellas. Sin embargo, los niños, ancianos, mujeres embarazadas, enfermos o discapacitados, no tienen acceso a ellos, a no ser que pertenezcan a ese grupo de capital. Es decir, si una persona en silla de ruedas puede entrar y disfrutar de unas condiciones más cómodas, no será por su incapacidad sino por el tamaño de su bolsillo.

La panorámica profesional de los usuarios de esas salas casualmente recorre una serie de oficios poco deseables. Si bien se encuentran individuos que habrán logrado sus fortunas honestamente, una buena parte serán explotadores, banqueros corruptos, promotores, especuladores, traficantes de todo tipo (personas, drogas o armas), o señores de la guerra. A todos ellos, los honestos y los deshonestos, les une el primer mandamiento de la religión monetarista: “amarás al capital sobre todas las cosas”.

Al dejar la sala vip nos subimos al avión, donde la situación todavía empeora más. La mayor parte de los aviones tienen su entrada por la zona donde se encuentran los asientos de primera clase, un detalle que siempre me ha llamado la atención. Ahí podemos ver las distintas comodidades que se ofrecen a quienes pueden pagarlas. Una vez sentados en los asientos de la clase turista, en los distintos folletos o revistas de la aerolínea, podemos leer todavía con más detalle, en qué consiste ese lujo que se entrega a los que “van delante”. Así, pareciera que los que van “detrás”, no tienen más derecho que poder leer los privilegios de los que se sientan adelante. Valga la redundancia, porque, además, todo el viaje es una ceremonia y ritual de devoción al consumo y al estilo de vida de los ricos. Jamás se mira para atrás, ni se presenta una realidad que no sea de lujo.

Una vez que nos hemos acomodado, el siguiente paso es la lectura. Para ello nos ofrecen las revistas publicadas por las mismas aerolíneas que se encuentran en cada bolsillo del asiento delantero. En sus páginas podemos encontrar una gran variedad de temas, generalmente relacionados al turismo y también con el sector empresarial. Siempre me ha llamado especialmente la atención cómo los artículos sobre destinos turísticos suelen ser lo más superficial que se puede encontrar en el planeta, meras descripciones geográficas donde se destacan superficialmente algunos personajes históricos o del mundo de la cultura, y con suerte también algo de gastronomía. Ni una sola mención a la realidad social, económica, medioambiental o política del país. Y menos todavía a los causantes de sus problemas. Se puede leer un artículo de Vietnam o Eritrea –simplemente por citar unos ejemplos- sin una sola mención al sistema político, los desfavorecidos del sistema o las violaciones a los derechos humanos.

Ocasionalmente, las mismas revistas incluyen algunas columnas con noticias relacionadas con el arte y la cultura, cuyos máximos representantes, curiosamente, son críticos con el modelo y el estilo de vida que intentan vender las mismas revistas. Vemos cómo se presenta el producto final del artista o escritor, su obra, su creación, pero poco espacio se dedica a su pensamiento.

La misma publicación presenta una publicidad exagerada de hoteles, coche y otros productos de híper lujo que nos lleva a reflexionar de su necesidad para lograr la felicidad y también la contaminación que generan al medio ambiente, no sólo durante su producción, sino también durante su mantenimiento. Los niveles de contaminación y residuos que genera un gran hotel son alucinantes, lo mismo que un potente auto de lujo. Ni merece la pena mencionar las decenas de fotografías de estas publicaciones en donde se instrumentaliza a la mujer para fomentar el consumismo.

Estos productos se presentan, además, como parte de los beneficios de entrar –y ganar, en el juego capitalista. El todopoderoso millonario recibe todo por el simple hecho de tener capital. Como decíamos antes, no se cuestiona lo más mínimo sobre cómo ha generado ese capital, ni tampoco si esa persona ha contribuido lo más mínimo por ayudar a la humanidad o al medio ambiente (muy posiblemente será todo lo contrario). Tampoco se presenta en la revista la alternativa de direccionar esos recursos económicos en ayudar a su propia especie, especialmente a los más desfavorecidos, en lugar de malgastarla en cuestiones banales.

Quienes trabajan por el bien de la humanidad y el medio ambiente, generalmente conocen o son conscientes de las personas -y sus nombres y apellidos- que generan la mayor parte de las desigualdades y abusos. Por ello, el sistema se preocupa de que no reciban un salario demasiado elevado, para que de ese modo, no sean profesiones muy codiciadas por la mayoría de los individuos. Es decir, aquellos que pertenecen a este grupo, simplemente no puede acceder a los bienes o comodidades creadas únicamente para la élite. Curiosamente los “dueños del sistema” desconocen que las personas con un mínimo de moral y entereza, no tienen el más interés de hacer uso de esta oferta. La simple razón está en que los principios morales por los que se rigen no se lo permiten.

Después de estas observaciones, ¿no será posible que los aeropuertos permitan la instalación de negocios cuyos productos sean equivalentes a la oferta que se puede encontrar en las mismas ciudades? ¿Encontraremos alguna vez un kiosco de kebab? ¿No podrán habilitarse espacios mayores con buenas comodidades para todos los pasajeros, especialmente para los ancianos, niños, enfermos, mujeres embarazadas y discapacitados? ¿Podrán los aviones tener espacios y categorías menos marcadas? ¿Podrán las revistas de las aerolíneas incluir información más actual y real de los distintos destinos turísticos? ¿Será tan complicado destinar los espacios publicitarios a organizaciones, organismos o instituciones que trabajan por el desarrollo sostenible, la humanidad y el medio ambiente de manera real y no en publicitar bienes de híper lujo? ¿Se terminará de instrumentar a los seres humanos, especialmente las mujeres, para fomentar el consumismo? Y por último, ¿podrán mejorar la oferta cinematográfica de los vuelos con películas que no sean un insulto para el intelecto humano, y contribuyan a un aprendizaje real de los problemas y las necesidades de la especie? Seguro que tarde o temprano lo vamos a ver.