No te cases ni te embarques
Mamá porno desde Finlandsfärjan: un tributo al mes
del mar (… que comenzó en Semana Santa con la resurrección de Jesucristo)
Desde que por
primera vez puse mis pies en tierras nórdicas, comprendí que a los suecos, al
igual que a mis coterráneos, poco o nada les importa la semana santa. No sé si
para mi desgracia o buenaventura, el paganismo vikingo ofrece lo mismo que se
incluye en la quebrada del ají y del peyote, o sea, una serie de prácticas de
alta popularidad: reuniones familiares, buena mesa y mucho tinto. Dados estos
antecedentes, y como en Suecia la comida es mala, el vino caro y la familia
reducida, decidí embarcarme hasta Finlandia. Jamás se me hubiera ocurrido
entusiasmarme con tamaño panorama tan trivial, de no ser porque escuchara las
historias de un tal personaje* de Fittja a quien habían visto haciendo shows en estos barcos (toda una kuriosa para mí). Así, y animada por lo
demás por las tan publicitadas “semanas cubanas” a bordo de Viking Line (nótese: 100 coronas a bordo
de una hytt con vista a las acogedoras
profundidades marinas), y con la divina esperanza de impregnarme de vibras
centroamericanas, ritmos calientes, sudor interracial y hecatombe espiritual, cometí
uno de esos penales que en cualquier fair
play ameritarían una roja: me embarqué. Sí, damas y caballeros, y a bordo
de los Viking justito para semana
s(h)anta.
En general, un
viaje de estos incluye, obviamente y como muchos ya saben, dos cosas
fundamentales: brebajes alcohólicos a precios módicos y hordas de cuerpos cálidos
dispuestos a todo. Ambas cosas se dan, y el viaje es recomendable si lo que se
quiere es beber hasta morir para después terminar follando hasta que se te
apague la tele… pero otra cosa es con guitarra.
Cuando eran las 6
de la tarde del viernes santo, ya justo en la hora de abordar, lo primero que
encontré fueron hileras de familias con niños, mascotas, parejas de jubilados y
una serie de jovencitos más trasnochados que yo. De romanticismo ni hablar
hasta ya pasadas las 8 de la noche, cuando de pronto caí en la cuenta de que la
Ericsson se había traído a todos sus empleados de conferencia (así les llaman
por estos días) arriba del bote. Jolines, pensé, más de alguno con ganas de
revivir las escenas de la proa del Titanic. Pero no, el reloj comenzó a marcar
las horas, mientras mi vida se acababa… Poco después, apoyada con la mejor de
mis pintas frente al bar y mientras me tomaba un Daiquiri de esos con paraguas
tipo antena luminosa pensando en si lo de Arturo Prat no sería en realidad que
lo empujaron, me cayó la teja respecto de una desnuda realidad: ¡Estos suecos
no saben tomar! Para colmo, los latinos se contagian (no en vano gracias al
alcohol se ha conquistado a pueblos enteros) y ya a eso de las 23 horas, el
barco estaba transformado en una Esmeralda hundida en el mismo infierno
tapizada de energúmenos dispuestos a empinarle la lanza a cualquier cosa viva
(o medio viva). ¡Sálvese quien pueda! ¿Al abordaje muchachos? No, ardiente pero
digna.
Ante tanto boludo
tipo diabético en shock con sed de camello decidí echarle el ojo a los únicos
sobrios sin pinta de finlandeses (estos últimos son, obviamente, parte del
personal). Y ahí estaban ellos, los custodiados por Santa Cecilia, los músicos
(… este sí que empezaba a pintar a fin de Semana Santa de antología). El
crucero, cosa que yo ya casi había olvidado, llevaba a bordo un tropel de
cubanos (más un par de latinos y suecos artistas). Curiosamente, todos ellos músicos
de especial calidad, renombre y virtuosismo (de varios tipos, claro): nada que
ver con el ambiente reinante.
- “Aquí está la
mía”, pensé en voz alta. Los había congueros, cantantes, bailarines,
trompetistas, etc. Todo un jardín marino lleno de lucidez, directo desde Cuba,
con sabor a Habana Club de 7 primaveras y olor a puro. Mezclándome con ellos y
haciendo gala de todas mis dotes salseras, conseguí entablar una charla de esas
medio íntimas (después de varios daiquiris, unos cuantos shots, y una par de
cuba libres ¡qué se esperan!) con un cubanito, Fidel, que me miraba todo entusiasmado,
y que con su cara sabrosa me preguntaba si era muy difícil quedarse en Suecia.
Yo: (Joder, tema complicado después de tanto
trago). “Sí, bueno, mirá, es que
para quedarse, o te casas…”
Fidel: “… o te
embarcas”, me dijo él.
Yo: “verás, ché,
es que acá la cosa está difícil; tenés que aprender el idioma, ir al SFI,
convalidar el título, etc. etc.”
Fidel: “pero, con
una jeba como tú a mi lao yo me voy a cualquiel pa’lte”
No sé por qué, si
serían la luna, las estrellas, o qué, pero de pronto Fidel se empezó a poner
medio patudo…
Fidel: “mami…
¿qué te parece si nos vamos a echar una muela por ahí al cuarto?”
Yo: “¿cómo?”
Fidel: “Es que
siento que estás tan linda mamasita”
Yo: ¡Ay papurri!
(y eso fue lo más caribeño que me salió antes de que me lo agarrara del
brazo… lo demás es historia)
Una sola cosa les
puedo contar: a mí no me pasó lo mismo que a Tula, que se quedó dormida, sin
apagar la vela…
Nota: Fidel se devolvió a Cuba y yo sigo felizmente soltera.