Crónicas
del Tour de France con CHARKIKAN
Más
cumbia para la mesa uno, S'il vous
plaît!
Por: MamaPorno
La belle France, la tierra de Amelie, los perfumes, el gourmet francés, el
Montmartre, la catedral de Notre Dame; oui oui Monsieur: ¡un baguette para mí y
una docena de ostras para mis amigos! ¡Hostias, qué placer para los sentidos...!
Todo eso venía pasando por mi cabeza mientras nos acercábamos en camioneta
a París luego de haber dejado un frío Estocolmo el día anterior. Con ansias esperaba
ver la torre Eiffel y el Sena, el Sagrado Corazón y los barrios donde vivió
Sartre… ¡pero no señores! No hubo Avenida de los Parques Elíseos, ni
restaurantes chics, ni sexo desaforado sobre el Arco del Triunfo. Sólo divisamos
parte de la ciudad de las luces desde muy lejos porque: ¡Cabrones, esto era una
gira musical hasta el sur de Francia y no un paseo por Europa para gastarse la
bencina!
Joder, ¡o sea que a mí me trajeron engañada a esta gira! ¡Qué descaro de
gente! Músicos tenían que ser…
A unas 25 horas de viaje (“préstenme un plumón”, pedían algunos de los
músicos), y cuando ya habíamos pasado raudos por las carreteras de París, caí
en la cuenta de que esta era una de esas giras que hoy en día están de moda: o
sea, un “proyecto de autogestión”, lo que vendría a ser la completa antítesis
de una gira organizada para bandas con sello discográfico. Los Charkikan, como
ya muchos sabrán, no se ajusta a este último caso, y más bien comparte estilo anti sello con bandas como Chico
Trujillo y tantas otras.
En
Burdeos, a una chorizada de kilómetros de París, nos esperaban los chicos de
Guakismoprod (productora amiga integrada por algunos de los miembros de una
banda latino/francesa conocida como Guaka), quienes se habían encargado de
hacer los contratos para los tocatas más la promoción y una serie de movidas. Pero,
¡qué hotel ni que ochocuartos! A dormir a la antigua se ha dicho: o sea, a acomodarse
en las casas de los Guaka, para luego partir rumbo a Seignosse, una localidad
costera, a pernoctar en una escuela.
¡Cuek! Resultó que tampoco había escuela. Pero ahí está el voilà de los franceses, el caché del franchute generoso y el
ingenio latino de nuestros productores, porque en vez de escuela (los de la
muni que la habían ofrecido se cagaron y nos mandaron al helvete), apareció un verdadero ángel: Gaelle, una francesa
trigueña de pelo larguísimo, de mirada desbordante y corazón gigantesco, quien nos
prestó el jardín de su casa de campo para armar un improvisado campamento.
Ya instalados en Seignosse y bajo unos 38 aplastantes grados de temperatura,
obviamente esperaba yo ir a echarles un luki a los surfistas; sin embargo,
contagiada por el entusiasmo y los nervios de la primera tocata, empecé a
sentir cómo mis músculos daban paso a todo un espíritu de tramoyista. Así,
lista y dispuesta a convertirme en el segundo roadie a bordo (y dejando de lado mis más finos y elegantes
ímpetus) pasé, de comentarista infiltrada, a roadie, fotógrafa, cocinera y allt
i allo (o sea, algo así como un mentholatum pero más rica).
La primera tocata resultó todo un suceso para nosotros. Realizada en el
Cream Café (spot de surfistas situado frente a tersas dunas que coquetean con
el Atlántico), Los Charkikan debutaron frente a un público que de cumbias
psicodélicas poco sabían, pero que, luego de una hora de tocata, terminó
gozando como nunca. Cosa curiosa ver cómo gente que ni los conocía parecía
encendida, alegre, alivianada. ¡Ay pinches! ¡qué concierto!, ¡y qué surfistas
más exquisitos!
Pasada ya esta tocata, y sintiendo que lo que se avecinaba podía ser aún
mejor, la banda fue cobrando cuerpo y confianza. Cuerpo porque los baguettes y
la comida en general estaban de puta madre; y confianza porque el estar juntos
tantos días, permitiría apretar ritmos, memorizar formas, estudiar
posibilidades instrumentales, ensayar coreografías. O sea, todo aquello que en
el día a día cuesta y pesa como volantín de plomo, pero que sale cuando se está
de gira. La intimidad, como suelo opinar yo, es siempre la clave, voilà.
Los días fueron pasando. A la tocata en el Cream Café se sumaron cinco
conciertos más; uno privé en casa de
Gaelle, más cuatro tocatas en distintos lugares de encuentro: la disco/bar
L’escargot, el café/biblioteca L’Ecume Des Mots, la plaza ciudadana Forum Le
Penon (lugar en que hasta el alcalde
se pegó unas bailoteadas), más el hotel Village-Club Louis Forestier.
Pasados estos días, y luego de vivir la intensa realidad de una banda en
gira, veo que los sacrificios del viaje valieron enormemente la pena. Si bien
no me gané el corazón de ningún surfista, Los Charkikan se ganaron el mío. Mi
más sincero reconocimiento porque, como muchos sabemos, tener la pega de músico
no es fácil: se está expuesto todo el tiempo a la crítica, y el glamour en
contadas ocasiones está realmente al alcance de la mano; sin embargo, los
momentos que se viven en el escenario, el encuentro con la gente y el carrete,
inclinan la balanza hacia el lado positivo.
Personalmente se me ha quedado grabado en la memoria un lema muy particular
comprendido en esta gira: si bien todo el mundo anda detrás de la cosa
material, del dinero y la comodidad, lo único que en realidad necesitamos en
esta vida es un buen puñado de amigos y amantes, unas chelas, una guitarra y
una gran dosis de curiosidad. Länge leve
musiken!
Concierto ofrecido en casa de Gaelle. Seignosse. Francia